lunes, 25 de julio de 2011

Silencio.


Dicen que con una palabra se puede decir mil cosas… Pero es tan difícil cuando llevas mil cosas, decir una palabra...
Siempre llegué a sentir que el silencio era lo único que realmente me pertenecía, que quizás mis palabras podían variar, pero la ausencia de ellas siempre iba a reflejar sinceridad. El silencio revela quienes somos, nos deja vernos, oírnos, sentirnos; nos deja ser. Y todas aquellas cosas que llevamos enclaustradas en el alma brotan en ese preciso instante. Muchas veces el silencio duele, muchas veces nos hace felices. Cuando no existen las palabras, para mí existe un mundo, uno muy diferente. Encontrarse consigo mismo nos vuelve aves de paso; a veces nos lleva a volar sin saber a dónde ir, a buscar refugio, a aterrizar, pero sobre todo nos vuelve libres, dejamos de ser presos de lo que decimos.
Pero el silencio no siempre será un nido seguro, pues cuando este se posa en nuestras vidas y alguna persona nos habla en ese momento, aquel estado permite que te cargues de todo lo que aquella persona diga, adoptas sus palabras, guardas sus gestos y sin saber te dañaste a ti mismo ¿Por qué? Porque el silencio nos vuelve tan sensible como inocentes y nos dejamos llevar, del mismo modo en que lo haría una persona tirándole pan a una paloma que come desesperadamente, porque no sabe hasta cuándo no conseguirá alimente de ese tipo. Uno debe elegir bien que alimentar en su ser y con qué, y cuando logremos hacerlo sabremos precisamente donde y cuando aterrizar, es tan solo ello lo que nos guiará a donde realmente pertenecemos.
Por eso nunca maltrates a un ave que ha aterrizado en tu suelo, porque simplemente busca lo mismo que tú, y si no sabes que buscas, quizás ella tampoco.
Disfruta del silencio y cuídalo, porque en el instante que nazca, nacerás tú.
En ese preciso instante simplemente... estarás contigo
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